martes, 12 de marzo de 2013

Fernando Arrabal - Oración

Oración
por Fernando Arrabal



PERSONAJES:
FIDO y LILBE, hombre y mujer

Un ataúd negro de niño. Cuatro velas. Un Cristo de hierro. Una cortina negra de fondo. Esta obra tiene un solo cuadro. 

Oscuridad. Llanto de un recién nacido. De pronto, grito terrible del bebé, seguido inmediatamente del silencio.


FIDIO.–Desde hoy seremos buenos y puros.

LILBE.–¿Qué te pasa?

FIDIO.–Digo que desde hoy seremos buenos y puros como los ángeles.

LILBE.–¿Nosotros?

FIDIO.–Sí.

LILBE.–No vamos a poder.

FIDIO.–Tienes razón. (Pausa.) Será muy difícil. (Pausa.) Lo intentaremos. 

LILBE.–¿Cómo?

FIDIO.–Cumpliendo la ley de Dios.

LILBE.–Se me ha olvidado.

FIDIO.–A mí también.

LILBE.–Entonces, ¿cómo vamos a hacer?

FIDIO.–¿Para saber qué es bueno y qué es malo?

LILBE.–Sí.

FIDIO.–He comprado la Biblia.

LILBE.–¿Eso basta?

FIDIO.–Sí, nos bastará.

LILBE.–¿Seremos santos?

FIDIO.–Eso es demasiado. (Pausa.) Pero lo podemos intentar.

LILBE.–Va a ser muy diferente.

FIDIO.–Sí, mucho.

LILBE.–Así no nos aburriremos como ahora.

FIDIO.–Además, hará muy bonito.

LILBE.–¿Estás seguro?

FIDIO.–Sí, sin duda.

LILBE.–Léeme un poco del libro.

FIDIO.–¿De la Biblia?

LILBE.–Sí.

FIDIO.–(Leyendo.) “En el principio Dios creó el cielo y la tierra.” (Entusiasmado.) ¡Qué bonito!

LILBE.–Sí, es muy bonito.

FIDIO.–(Leyendo.) «Dios dijo: “Que la luz sea”. Y la luz fue. Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz Día, y a las tinieblas, Noche. La noche llegó después de la mañana: esto fue el primer día.»

LILBE.–¿Así comenzó todo?

FIDIO.–Sí. Ves qué sencillo y qué bonito.

LILBE.–Sí. Me lo habían explicado de una forma mucho más complicada. 

FIDIO.–¿Lo del cosmos?

LILBE.–(Sonríe.) Sí.

FIDIO.–(Sonríe.) A mí también.

LILBE.–(Sonríe.) Y también lo de la evolución.

FIDIO.–¡Qué cosas!

LILBE.–Léeme un poco más.

FIDIO.–(Leyendo.) «Dios hizo al hombre de barro. Luego le inspiró en la nariz un espíritu de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente.» (Pausa.) «Entonces el Señor hizo dormir profundamente al hombre. Cuando estuvo dormido le quitó una costilla; el hueco que hizo lo tapó con carne. Con esta costilla que había quitado al hombre, Dios hizo a la mujer.»

FIDO y LILBE se besan.

LILBE.–(Intranquila.) ¿Y nos podremos acostar juntos como antes?

FIDIO.–No.

LILBE.–¿Tendré que dormir sola entonces?

FIDIO.–Sí.

LILBE.–Voy a tener mucho frío.

FIDIO.–Te acostumbrarás.

LILBE.–¿Y tú? ¿No vas a tener frío?

FIDIO.–Sí, también.

LILBE.–Así no reñiremos cuando te lleves tú toda la sábana.

FIDIO.–Claro.

LILBE.–La bondad. Fue cosa tan difícil.

FIDIO.–Sí, muy difícil.

LILBE.–¿Podré mentir?

FIDIO.–No.

LILBE.–¿Ni siquiera mentiras pequeñas?

FIDIO.–Ni siquiera.

LILBE.–¿Y robar naranjas a la mujer del puesto?

FIDIO.–Tampoco.

LILBE.–¿No podremos ir a divertirnos, como antes, al cementerio?

FIDIO.–Sí, ¿por qué no vamos a poder?

LILBE.–¿Y podremos pinchar a los muertos en los ojos, como antes?

FIDIO.–Eso no.

LILBE.–¿Y matar?

FIDIO.–No.

LILBE.–¿Entonces es que vamos a dejar que la gente siga viviendo?

FIDIO.–Claro.

LILBE.–Peor para ellos.

FIDIO.–¿No te das cuenta de lo que es un ser bueno?

LILBE.–No. (Pausa.) ¿Y tú?

FIDIO.–No muy bien. (Pausa.) Pero tengo el libro. Así lo sabré. 

LILBE.–Siempre con el libro.

FIDIO.–Siempre.

LILBE.–¿Y qué pasará luego?

FIDIO.–Iremos al cielo.

LILBE.–¿Los dos?

FIDIO.–Si los dos nos portamos bien, sí.

LILBE.–¿Y qué haremos en el cielo?

FIDIO.–Divertirnos.

LILBE.–¿Siempre?

FIDIO.–Sí, siempre.

LILBE.–(Incrédula.) No es posible.

FIDIO.–Sí, sí es posible.

LILBE.–¿Por qué?

FIDIO.–Porque Dios es todopoderoso. Dios hace cosas imposibles. Milagros. 

LILBE.–¡Vaya!

FIDIO.–Y además de la forma más sencilla.

LILBE.–Yo en su caso haría lo mismo.

FIDIO.–Mira lo que dice la Biblia: «A Jesús, el Hijo de Dios, se le llevó un ciego para que le sanara. Jesús le puso saliva sobre los ojos y le preguntó: “¿Ves algo?” El ciego, mirando, dijo: “Veo los hombres, también veo los árboles como si anduvieran”. Inmediatamente Jesús le puso de nuevo las manos sobre los ojos, el ciego vio claramente y fue curado y distinguía perfectamente de lejos».

LILBE.–Qué bonito.

FIDIO.–Él dijo que debíamos ser buenos.

LILBE.–Entonces seremos buenos.

FIDIO.–Y que deberíamos ser como niños.

LILBE.–¿Como niños?

FIDIO.–Sí, puros como niños.

LILBE.–Qué difícil.

FIDIO.–Lo intentaremos.

LILBE.–¿Por qué te ha dado esta manía ahora?

FIDIO.–Me canso.

LILBE.–¿Sólo por eso?

FIDIO.–Además lo que hacíamos hasta ahora era muy feo.

LILBE.–¿Y eso del cielo qué será?

FIDIO.–Es el sitio al que iremos después de muertos.

LILBE.–¿Tan tarde?

FIDIO.–Sí.

LILBE.–¿No se puede ir antes?

FIDIO.–No.

LILBE.–Pues vaya gracia.

FIDIO.–Sí, eso es lo peor.

LILBE.–¿Y qué haremos en el cielo?

FIDIO.–Ya te lo he dicho: divertirnos.

LILBE.–Quería oírtelo otra vez. (Pausa.) Parece imposible.

FIDIO.–Seremos como los ángeles.

LILBE.–¿Como los buenos o como los otros?

FIDIO.–Los otros no están en el cielo. Los otros son los demonios y están en el infierno.

LILBE.–¿Y qué hacen allí?

FIDIO.–Sufren mucho, se queman.

LILBE.–Pues vaya cambio.

FIDIO.–Es que esos ángeles fueron muy malos y se rebelaron contra Dios. 

LILBE.–¿Por qué?

FIDIO.–Por orgullo. Querían ser más que Dios.

LILBE.–Qué exagerados.

FIDIO.–Sí, mucho.

LILBE.–Nosotros nos conformaremos con mucho menos. Oye, quiero comenzar a ser buena enseguida.

FIDIO.–Ahora mismo empezaremos.

LILBE.–¿Así sin más?

FIDIO.–Sí.

LILBE.–Nadie se va a dar cuenta.

FIDIO.–Sí, se dará cuenta Dios.

LILBE.–¿Es cierto?

FIDIO.–Sí, Dios lo ve todo.

LILBE.–¿Incluso ve cuando orino?

FIDIO.–Sí, incluso.

LILBE.–Me va a dar mucha vergüenza desde ahora.

FIDIO.–Dios apunta con letras de oro en un libro muy bonito las cosas buenas que haces y en un libro muy malo y con letra muy fea los pecados.

LILBE.–Seré buena. Quiero que escriba siempre con letras de oro.

FIDIO.–No sólo debes ser buena por eso.

LILBE.–¿Por qué más?

FIDIO.–Por lo de la felicidad.

LILBE.–¿Qué de la felicidad?

FIDIO.–Por ser feliz.

LILBE.–¿También podré ser feliz con eso de ser buena?

FIDIO.–Sí, también.

LILBE.–¿Es que eso de la felicidad existe?

FIDIO.–Sí. (Pausa.) Eso dicen.

LILBE.–(Triste.) ¿Y de lo que hemos hecho antes, qué?

FIDIO.–¿Lo que hemos hecho malo?

LILBE.–Sí.

FIDIO.–Nos tendremos que confesar.

LILBE.–¿Todo?

FIDIO.–Sí, todo.

LILBE.–¿También que tú me desnudas para que tus amigos se acuesten conmigo?

FIDIO.–Sí, eso también.

LILBE.–(Triste.) ¿Y también... que le hemos matado? (Señala el ataúd.)

FIDIO.–Sí, también. (Pausa triste.) No deberíamos haberle matado. (Pausa.) Somos malos. (Pausa.) Tenemos que ser buenos.

LILBE.–(Triste.) Lo matamos por lo mismo.

FIDIO.–¿Por lo mismo?

LILBE.–Sí, lo matamos para divertirnos.

FIDIO.–Sí.

LILBE.–Y no nos divertimos nada más que un momento.

FIDIO.–Sí.

LILBE.–Con esto de ser buenos ¿no pasará lo mismo?

FIDIO.–No, esto es más completo.

LILBE.–¿Más completo?

FIDIO.–Y más bonito.

LILBE.–¿Y más bonito?

FIDIO.–Sí, ¿sabes cómo nació el Hijo de Dios? (Pausa.) Ocurrió hace muchos años. Nació en un portal muy pobre de Belén y como no tenía dinero para la calefacción, una vaquita y un burrito le calentaban con el aliento que le echaban. Además, como la vaquita estaba muy contenta de servir a Dios, hacía «mu, mu» y el burrito relinchaba. Y la mamá del Niño, que era la Madre de Dios, lloraba y su marido la consolaba.

LILBE.–Eso me gusta mucho.

FIDIO.–A mí también.

LILBE.–¿Y qué le pasó al Niño?

FIDIO.–Él no dijo nada a pesar de que era Dios. Por eso, como los hombres eran malos, no le dieron casi de comer.

LILBE.–Vaya gente.

FIDIO.–Pero un día, en un reino muy lejano, unos reyes que eran muy buenos vieron una estrellita colgada del cielo que se movía. Ellos la siguieron. 

LILBE.–¿Quiénes eran esos reyes?

FIDIO.–Eran Melchor, Gaspar y Baltasar.

LILBE.–¿Los de los juguetes y los zapatos?

FIDIO.–Sí. (Pausa.) Y venga a seguir la estrella, y venga a seguirla, hasta que un día llegaron al portal de Belén. Entonces le regalaron al Niño todo lo que llevaban en los camellos: muchos juguetes y caramelos y también chocolate. (Pausa. Sonríen entusiasmados.) ¡Ah! Se me olvidaba. También le regalaron oro, incienso y mirra.

LILBE.–¡Qué cosas!

FIDIO.–Así el Niño se puso muy contento y sus papás también, y también la vaquita y el burrito.

LILBE.–¿Y luego qué pasó?

FIDIO.–Luego el Niño ayudó a su padre, que era carpintero, a hacer sillas y mesas. Como era muy bueno su mamá le daba muchos besos.

LILBE.–¡Qué niño tan diferente!

FIDIO.–Era Dios.

LILBE.–Si es así...

FIDIO.–Lo bueno es que no hiciera ningún milagro entonces, para comer mejor o para tener trajes caros.

LILBE.–¿Y qué pasó?

FIDIO.–Luego se hizo hombre y le mataron: le crucificaron con clavos en los pies y en las manos. ¿Te das cuenta?

LILBE.–(Contenta.) Vaya daño que le harían.

FIDIO.–Sí, mucho.

LILBE.–Lloraría mucho.

FIDIO.–No, nada. Se contenía. Además, para mayor escarnio le pusieron en medio de dos ladrones.

LILBE.–¿De los malos o de los simpáticos?

FIDIO.–De los malos, de los más malos que había, los dos peores que había entonces.

LILBE.–Eso sí que está mal.

FIDIO.–¡Ah! Luego resultó que uno de los ladrones era más bien de pega. Un tío tramposo.

LILBE.–¿Tramposo?

FIDIO.–Sí, había hecho creer que era malo y luego resultaba que era bueno. 

LILBE.–¿Y qué pasó?

FIDIO.–Pues que Dios murió en la cruz.

LILBE.–¿Sí?

FIDIO.–Sí. Pero al tercer día resucitó.

LILBE.–(Contenta.) ¡Ah!

FIDIO.–Y con ello todos se dieron cuenta de que lo que él decía era verdad. 

LILBE.–(Entusiasmada.) Quiero ser buena.

FIDIO.–Yo también.

LILBE.–Enseguida.

FIDIO.–Sí, enseguida.

LILBE.–Quiero ser como el Niño que nació en el portal... 

FIDIO.–Yo también.

(FIDIO coge las manos a LILBE.)

LILBE.–(Intranquila.) ¿Y en qué pasaremos el tiempo?

FIDIO.–En hacer cosas buenas.

LILBE.–¿Todo el tiempo?

FIDIO.–Bueno, casi todo el tiempo.

LILBE.–¿Y en el resto del tiempo?

FIDIO.–Podemos ir a la casa de fieras.

LILBE.–Para ver la cosa del mono.

FIDIO.–No. (Pausa.) Para ver las gallinas y las palomas.

LILBE.–¿Y qué más podremos hacer?

FIDIO.–Tocaremos la ocarina.

LILBE.–¿La ocarina?

FIDIO.–Sí.

LILBE.–Bueno. (Pausa.) ¿No es malo?

FIDIO.–(Reflexiona.) No. No creo.

LILBE.–¿Y cómo haremos para ser buenos totalmente?

FIDIO.–Verás. Que vemos que a alguien le molesta una cosa que hacemos, pues bien, no la haremos. Que vemos que a alguien le gustaría que hiciéramos algo, pues vamos y lo hacemos. Que vemos que un pobre viejo y paralítico no tiene a nadie, pues entonces vamos a visitarlo.

LILBE.–¿No le matamos?

FIDIO.–¡No!

LILBE.–¡Pobre viejo!

FIDIO.–Pero no ves que matar ya no se puede.

LILBE.–¡Ah! Sigue.

FIDIO.–Que vemos que una mujer lleva un gran peso, pues vamos y la ayudamos. (Voz de juez.) Que vemos que se hace una injusticia, pues vamos y la deshacemos.

LILBE.–¿También lo de las injusticias?

FIDIO.–Sí, también.

LILBE.–(Satisfecha.) Vaya tíos tan importantes que vamos a ser.

FIDIO.–Sí, mucho.

LILBE.–(Intranquila.) ¿Y cómo vamos a saber que es una injusticia?

FIDIO.–Lo calcularemos a ojo.

(Silencio.)

LILBE.–Va a ser aburrido.

(Silencio.)

FIDIO.–Va a ser como todo.

(Silencio.)

LILBE.–Acabaremos aburriéndonos también.

(Silencio.)

FIDIO.–Lo intentaremos. 

(A lo lejos se oye Black and blue, de Louis Armstrong.)

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