jueves, 28 de febrero de 2013

August Strindberg - La más fuerte

La más fuerte
por August Strindberg



PERSONAJES:

SEÑORA X, casada. 
SEÑORIYA Y, soltera.



DECORADO: Rincón de un café para señoras: dos mesitas de hierro, un sofá de terciopelo rojo y unas sillas.



(La SEÑORA X entra vestida de invierno con sombrero y abrigo, llevando una elegante cesta japonesa al brazo)

(La SEÑORITA Y está sentada ante una botella de cerveza a medio beber leyendo una revista ilustrada que luego irá cambiando por otras.)

SEÑORA X.– ¡Amelia, tú por aquí! ¿Qué tal estás, querida? ¡Sentada en tu rincón sola el día de Nochebuena, como una pobre solterona!

SEÑORITA Y (levanta los ojos de la revista, asiente con un gesto y sigue leyendo).

SEÑORA X.– Me duele de verdad verte sola, ¿sabes?, aquí en este café el día de Nochebuena. Me duele tanto como el banquete de boda que vi una vez en un restaurante de París..., la novia estaba leyendo una revista humorística mientras el novio jugaba billar con los testigos. ¡Hum, pensé, si empiezan así, buen final les espera! ¡Jugando billar el día de la boda! ¡Y ella, me puedes decir, leyendo una revista humorística! ¡Bien, pero hay una diferencia! 

(La camarera entra, pone una taza de chocolate delante de la SEÑORA X y sale.)

SEÑORA X.–¿Sabes una cosa Amelia? ¡Ahora estoy convencida de que hubiera sido mejor si no hubieses reñido con él! ¿Recuerdas que yo fui la primera en decirte: “Perdónalo”? ¿Te acuerdas? Ahora podrías estar casada y tener un hogar. ¿Te acuerdas de lo felíz que te sentías las Navidades que pasaste con tu novio en la casa de campo de tus padres? Recuerdas con qué entusiasmo cantabas la felicidad del hogar y no querías más que dejar el teatro. Sí, Amelia, sí, no hay nada como el hogar – después del teatro, claro– y los chicos, ¿sabes? ¡Bueno, eso no puedes entenderlo tú!

SEÑORITA Y (gesto de desprecio).

SEÑORA X (toma unas cucharaditas de chocolate . Abre luego la cesta y le enseña los regalos de Navidad) .– ¡Ahora te voy a enseñar lo que les he comprado a mis corderitos! (Le enseña una muñeca) ¡Mira! ¡Es para Lisa! ¡Fíjate, abre y cierra los ojos y mueve la cabeza! ¡Qué cosas hacen! Y esta pistola de corcho es para Maya. (La carga y dispara contra la SEÑORITA Y.)

SEÑORITA Y (hace un gesto de horror).

SEÑORA X.– ¿Te asustaste? ¿Pensaste que iba a matarte? ¿Ah, sí, sí lo creíste? ¡Pues sí, estoy segura de que lo creíste! Si tú quisieses matarme a mí, no me sorprendería demasiado, porque yo me crucé en tu camino –y sé que eso no lo olvidarás nunca–, aunque fui completamente inocente. Tú sigues creyendo que te echaron del Gran Teatro Principal por mis intrigas. Pero no fue eso. ¡Yo no intrigué para que te echasen, aunque no lo creas! ¡Bueno, da igual lo que te diga, porque seguirás convencida de que fui yo! (Saca un par de zapatillas de andar de casa bordadas.)¡Y esto es para mi maridito! Con tulipanes. ¡Y bordados por mí! Yo odio los tulipanes, claro, pero él quiere tener tulipanes por todas parte.

SEÑORITA Y (levanta la mirada de la revista, irónica y curiosa).

SEÑORA X (mete la mano en cada zapatilla).– ¡Fíjate qué pies tan pequeño tiene Bob! ¿Verdad? ¡Si vieses con qué elegancia anda! ¡Tú no lo has visto nunca con zapatillas, claro! (la SEÑORITA Y suelta una carcajada) ¡Mira! ¡Así anda! (Ella hace caminar las zapatillas por la mesa.

SEÑORITA Y (se ríe a carcajadas).

SEÑORA X.– Y cuando se enfada, ¿sabes?, patalea con su piececito así: “¡Cómo! ¿Cuándo van a aprender esas malditas criadas a hacer el café? ¿Y esto? ¡Ya han vuelto esas cretinas a cortar mal la mecha del quinqué!” Y cuando hay corriente y se le quedan los pies fríos: “¡Caramba, qué frío hace! ¡Y esas imbéciles aún no saben siquiera mantener el fuego en la estufa!” (Frota la suela de la zapatilla con la parte de arriba de la otra.)

SEÑORITA Y (se ríe a carcajadas).

SEÑORA X.– Y cuando llega a casa y se pone a buscar sus zapatillas, que Mari ha puesto debajo del armario... Ah, pero no está muy bien que yo me burle de mi maridito de esa manera. ¡En todo caso es una buena persona, sí, es un encanto de maridito! ¡Tú deberías tener un marido así, Amelia! ¿De qué te ríes ahora? ¿Qué te pasa? ¡Dime! ¡Y además estoy segura, ¿sabes?, de que no me engaña! ¡Si, estoy segura! Porque él mismo me lo ha dicho... ¿A qué vienen ahora esas risitas?... Que cuando yo estaba de gira por Noruega aquella zorra de Federica intentó seducirlo, ¿te das cuenta de la infamia? (Pausa) ¡Claro que si llega a aparecer estando yo en casa le hubiese sacado los ojos! (Pausa) Para mí fue una suerte que saliese del propio Bob el contármelo. ¡No me hubiese gustado enterarme por el chismorreo! (Pausa.) ¡Y no vayas a creer que Federica fue la única! ¡Qué va! ¡Yo no lo entiendo, pero las mujeres andan completamente locas por mi marido! ¡El mío! ¡Deben creer que como trabaja en el Ministerio tiene influencia en los contratos del teatro! ¡Quizá tú también lo hayas perseguido! Yo no estaba muy tranquila contigo..., no me inspirabas demasiada confianza. ¡Pero ahora estoy segura de que él no se interesó nunca por ti y además siempre he tenido la impresión de que tú le tenías tirria, al menos eso pensaba yo!

(Pausa. Se miran una a la otra azoradas.)

SEÑORA X.– ¿Por qué no vienes a pasar la Nochebuena en casa, Amelia? Anda, vente, aunque sólo sea para demostrar que no estás enfadada nosotros. ¡Al menos que no estás enfadada conmigo! Yo no entiendo bien por qué, pero me es sumamente desagradable estar enemistada con la gente. ¡Y especialmente contigo! ¡Quizá porque me crucé aquella vez en tu camino (cada vez más lentamente), o no se por qué, realmente, no sé por qué!

(Pausa)

SEÑORITA Y (observa a la SEÑORA X, con curiosidad).

SEÑORA X (pensativa).– Ya desde que nos conocimos ha habido algo raro en nuestras relaciones... Cuando te vi por primera vez, me diste miedo, tanto que no me atrevía a perderte de vista ni un segundo. Me las arreglaba, en medio de todas mis idas y venidas, para estar siempre cerca de ti... Y como no me atrevía a ser enemiga tuya me hice tu amiga. Pero siempre que venías a nuestra casa se hacía un ambiente cargado, un cierto malestar, porque yo veía que mi marido no te aguantaba. Y me sentía molesta, como cuando llevas un vestido que no te está bien. Hacía todo lo que estaba en mi mano para que él se mostrase amable contigo, pero sin demasiado éxito... hasta el día en que anunciaste tu noviazgo. Entonces surgió una intensa amistad entre ustedes... Fue como si..., al menos así me lo pareció por un momento..., fue como si, por primera vez, se atrevieran a mostrar sus verdaderos sentimientos, ya tranquilos por la seguridad por la seguridad que te daba el reciente noviazgo... y entonces..., ¿qué pasó entonces? Yo no tuve celos..., ¡qué extraño! Y recuerdo que después del bautizo de nuestro hijo, cuando tu fuiste madrina, yo casi lo obligué a darte un beso..., él lo hizo y aquello te dejó tan desconcertada... ¡Bueno, yo entonces ni lo noté... tampoco me paré a pensarlo después..., ni he pensado en ello hasta... ahora! (Se levanta bruscamente.) ¿Por qué no dices nada? ¡No has abierto la boca en todo el rato, no has hecho más que dejarme hablar a mí! Ahí sentada, mirándome, sin moverte, me has ido sacando todos estos pensamientos que andaban por mi cabeza como se saca la seda del capullo..., pensamientos..., quizá sospechas..., déjame pensar... ¿Por qué rompiste tu noviazgo? ¿Por qué no volviste ya a nuestra casa después de aquello? ¿Por qué no quieres venir a pasar la Nochebuena con nosotros?

SEÑORITA Y (hace un gesto como si quisiera hablar.)

SEÑORA X.– ¡Calla! ¡No hace falta que digas nada, porque ahora ya lo entiendo todo! ¡Y no necesito tu ayuda! ¡Así es que fue por eso, por eso y nada más que por eso! ¡Claro! ¡Ahora sí que salen las cuentas! ¡Exactas! ¡Así son las cosas! ¡Qué asco! ¡No quiero estar ni un minuto más en la misma mesa que tú! (Se lleva sus cosas a la otra mesa) Es por eso que tengo que bordarle tulipanes –¡esas flores odiosas!– en las zapatillas, porque a ti te gustan los tulipanes. Es por eso (tira las zapatillas al suelo) por lo que tenemos que veranear en las playas del lago Melar, porque a ti no te sienta bien el mar. Es por eso por lo que mi hijo se tuvo que llamar Eskil, porque tu padre se llamaba así. Es por eso por lo que yo he tenido que vestirme con tus colores favoritos, leer tus escritores favoritos, comer tus platos favoritos, tomar tus bebidas favoritas... por ejemplo, tu chocolate. ¡Fue por eso..., oh, Dios mío..., es horrible, cuando me paro a pensarlo..., es horrible! ¡Todo me venía de ti, todo lo que el me daba me venía de ti, hasta tus pasiones! ¡Tu alma se metió en la mía como un gusano en una manzana, y allí se puso a comer y comer, a excavar y horadar, hasta que no quedó mas que la cáscara con una masa negra dentro! Quise alejarme de ti, pero no pude. Tú estabas allí como una serpiente mirándome con tus ojos negros y me hipnotizabas..., yo sentía cómo las alas, al intentar volar, me arrastraban hacia las profundidades. ¡Yo flotaba en el agua con los pies atados y cuanto más movía los brazos intentando nadar más me hundía, más me hundía, hasta llegar al fondo, donde me esperabas tú, un gigantesco cangrejo, para agarrarme con tus poderosas tenazas, y ahí me tienes ahora! ¡Cómo te odio, Dio mío, cómo te odio, te odio! Y sigues ahí en tu silla, callada, tranquila, indiferente. ¡Indiferente, sí! A ti te da igual que haya luna llena o cuarto menguante, que sea Navidad o Año nuevo, que los demás sean felices o desgraciados. Sin capacidad de amar o de odiar. ¡Inmóvil como una cigüeña frente una ratonera, tú no podías sacar a tu presa por tus propios medios, tampoco estabas segura de conseguirla persiguiéndola, lo que sí sabías es que podías esperar con toda paciencia a que saliese de la ratonera! Y aquí sigues en tu rincón –¿sabes que lo llaman la ratonera pensando en ti?– buscando en tus revistas noticias de calamidades, a ver si alguien se ha arruinado, si despiden a alguien del teatro. ¡Aquí estás observando a tus víctimas, calculando tus posibilidades como el práctico sus naufragios, recibiendo tus tributos! ¡Pobre Amelia! ¿Sabes que a pesar de todo me das mucha pena? ¡Sí, porque yo sé que eres muy desgraciada, como todas las personas ofendidas, y perversa, porque te han herido! Mira, yo, aunque quisiese, no podría enfadarme contigo..., porque a pesar de todo tú eres la más débil... ¡Bueno, y lo de Bob no me preocupa lo más mínimo! ¡Qué me importa eso a mí en el fondo! Y qué mas da si has sido tú u otra persona la que me ha enseñado a tomar chocolate... ¡Me da exactamente igual! (Toma una cucharadita de chocolate con aire de sabihonda.) Además, ¡el chocolate es una bebida muy saludable! Y si he aprendido a vestirme de ti..., pues tant mieux..., ¡así conseguí que mi marido se fijase más en mí! Y en esa batalla tu perdías cuando yo ganaba. Sí, creo que a juzgar por ciertos detalles, ¡ya la has perdido! Claro que tú creías que yo me iba a marchar, dejándote el campo libre... como tú hiciste una vez..., y de lo que tanto te arrepientes... ¡Pues mira, no lo voy a hacer! ¡Yo me quedo! Nosotras no debemos ser mezquinas, ¿sabes? ¿Y por qué voy a tener que contentarme siempre con lo que no quieren los demás? Al fin y al cabo, querida amiga, quizá sea yo en estos momentos la más fuerte... ¡Tú nunca recibiste nada de mí! ¡Yo nunca te dí nada, eres tu la que estaba dando siempre! ¡Y ahora te pasa conmigo lo que pasó con aquél ladrón nocturno del cuento, que al despertarte yo tenía en mi poder todo lo que a ti te faltaba! ¿Cómo explicas, si no, que tocabas perdías su valor, se volvía estéril? Con todos tus tulipanes y pasiones no pudiste conservar siquiera el amor de un hombre, y yo sí. Tampoco lograste aprender de tus libros el arte de vivir, como lo aprendí yo. ¡Ni siquiera tuviste un pequeño Eskil, aunque tu padre se llamaba Eskil! ¿Y por qué estás siempre callada, callada y callada como una muerta? Fíjate que yo al principio pensé que era signo de fuerza. ¡Pero probablemente es que no tienes nada que decir! ¡Así de simple! ¿Y sabes por qué? ¡Porque ni siquiera eres capaz de pensar en nada! (Se levanta y recoge las zapatillas.) Ahora me voy a casa... y me llevo los tulipanes... ¡Sí, tus tulipanes! Tú no quisiste nunca aprender nada de los demás. Tampoco quisiste doblarte como la hierba al viento... y por eso te partiste como una caña seca... ¡Y yo no me partí! ¡Gracias, Amelia, por tus útiles enseñanzas! ¡Gracias por haberle enseñado a mi marido a amar! ¡Ahora me voy a casa... a quererle mucho!

miércoles, 27 de febrero de 2013

Jorge Teillier - Otoño secreto

Otoño secreto
por Jorge Teillier



Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.

martes, 26 de febrero de 2013

José María Fonollosa - Destrucción de la mañana

Destrucción de la mañana
por José María Fonollosa



Y de pronto una voz, mirada, un gesto
tropieza con mi idea de mí mismo
y veo aparecer en el espejo
a un ser inesperado, insospechado,
que me mira con ojos que son míos.

Ese desconocido que soy yo.
Ese al que los demás se dirigían
al dirigirse a mí, sin yo saberlo.
Ese irreconocible ser inmóvil
que inspecciona mis rasgos hoscamente.

En vano apremio al otro, el verdadero,
a aquel que unos segundos antes yo era.
Sólo está frente a mí, con ceño adusto,
ese desconocido inesperado
que me mira con ojos que son míos.

* * * * *

Trato de dar con una explicación.
-«Será un fugaz defecto de mi vista.
O mi retina habrá atrapado al vuelo
una imagen disforme, ahora atascada».

Y llamo a mis hermanas y a mi hermano.
Mas me detengo al verlos silenciosos
con aire interrogante. De repente
no aparentan ser ellos los que busco.

¡No conozco estas caras familiares!

Ni esa expresión cansada, sondeadora,
que se enfrenta conmigo, como un muro
que se extraña que quieran traspasarlo.
¡No sé de esas facciones ya marchitas!

Las capto con asombro. No hay recelo
en sus ojos. Tal vez no se dan cuenta
del cambio que han sufrido. O forman parte
de una conspiración para encubrirlo.

* * * * *

Vuelvo a mi habitación desalentado.
Todo se muestra igual mas desconfío.
Quedo en la oscuridad sin atreverme
a volver a encarar al que detenta
el privativo espacio de mi cuerpo.

¡Ese con el que intentan suplantarme!
Yo no quiero ese cuerpo ni por sombra.
Exijo el cuerpo de antes, el que es mío,
el que consta conmigo en los retratos.

Este cuerpo no sirve. Cada día
pondrá dificultades a mi mente.
Me atará con tenaces ligaduras
a su propio existir que desconozco.

Corroerá el pensamiento, mis deseos
y todo lo que soy lo echará a un lado
para hacerme su esclavo. Y ya jamás
seré quién soy, he sido, quién sería
si me dieran más tiempo con mi cuerpo.

* * * * *

Si me dieran más tiempo con mi cuerpo,
con el otro, el antiguo, el que era mío,
iría apresurado a recoger
todo aquello que me correspondía.

Lo que debía ser mío estos años
en que el lino elabora su blancura
y el hombre se elabora de sus sueños.
Lo que sentía mío aun siendo de otros.

No puedo dirigirme ya a la cita
donde esperan mis grandes ambiciones
que las vaya a abrazar. Ya no es posible
decirles: -«Aquí estoy». Con este extraño.

No reconocerían quién soy yo.
Si me dieran más tiempo con mi cuerpo...
Si mi cuerpo, el de ayer, me devolvieran
todo cuanto yo ansío él me traería.

* * * * *

Salgo a la calle. Es noche. Exacta, idéntica
a tantas otras noches. Caras jóvenes,
tersas, ajadas, viejas... ¿Entre cuáles
me clasificarán a mí esas caras?

Me mezclo entre la gente avergonzado
de la identidad falsa que conllevo.
Temiendo que averigüen que un intruso,
otro cuerpo, ahora ocupa el que era mío.

No sé disculparme de mi imagen.
Advertirles: -«No soy este que miran».
Rebusco si distingo entre los otros
un signo que me indique que soy yo,

el de antes, todavía, el ser que muestro.
Camino intimidado. Pero nadie
se alarma si transito por su lado.
Cual si fuera invisible a sus pupilas.

* * * * *

Ando con mi otro cuerpo por la calle.
Me detengo un instante junto a un grupo.
Unos muchachos jóvenes discuten
con gestos impacientes. -«Que hagan sitio.
No nos deben negar facilidades».

Asiento interiormente y me dan ganas
de sumarme a sus voces. Les escucho.
Son míos sus anhelos. Soy como ellos.
Me siento entre los míos nuevamente.

Como esa casa sola en un camino
que al tener compañía de otras casas
experimenta orgullo de ser pueblo.
-«Debemos reclamar nos abran paso
para así demostrar nuestra valía».

Con la sonrisa apruebo sus palabras.

Mas noto que me escrutan hostilmente.
Y entonces me doy cuenta que no soy
sino lo que revela el yo fingido.
Que mi sitio ha cambiado con mi aspecto.
A mí también incluían sus palabras.

Mas no sé qué ceder si nada guardo.
Si a nada yo he accedido todavía.
Si al igual que ellos grito a los mayores:
-«Hacedme sitio, ineptos». Pero en balde.

No hay sitio para nadie en parte alguna.
Apretujados todos maldecimos
pidiendo amor, dinero y gloria a costa
de quien sea y lo tenga. De regalo.
O a cambio de qué sea. A cualquier precio.

* * * * *

Es la angustia, la angustia de existir.
La angustia de pensar todos, cada uno,
que en torno hay enemigos sólo y fuera
del alcance de nuestras manos todo.

Es una muda angustia la que fluye
inagotable sobre las aceras.
La que entra, desbordándose, en las casas
e inunda los hogares de silencio

* * * * *

Entro en un cine. Al fondo, la pantalla
ilumina los sueños de la gente.
Uno se aísla en héroe unos minutos.

Uno vive en la vida que desea.
Uno vive en azares, en amores,
aventuras... Y vence todo obstáculo.
Qué agradable es vivir de esa manera.

Los personajes logran triunfo, amor...
Todo resulta fácil y sencillo.
Conmigo nada fue de esa manera.

* * * * *

Miro a mi alrededor. De la penumbra
surgen enamorados que se besan.
Otros siguen el film atentamente.

¿Será, quizá, el amor lo que han logrado?
¿O sólo una muchacha a quien besar
como las que yo llevo algunas veces?

Seguro que hay amor. Como el del cine,
como aquel que palpita entre los libros
o el que uno se imagina estando a solas.

Mas yo no tuve suerte. O persistencia.
No sé de un gran amor. Sí de pequeños.
Únicamente rozo nuestras nimias.

Breves, menudos cielos para el tacto,
los sentidos. Tristeza que da al alma
diminuto dolor. Amor pequeño.

Sólo un amor minúsculo y no obstante
me creo tan capaz de un amor grande,
de ese amor que aparece en libros, cine...

* * * * *

No es posible que no haya una mujer
igual que mi arquetipo. En las ciudades
circulan por millares, por millones.

Y mi única estará entre todas ellas.
No es que sea un iluso. Lo que ocurre
es que no di con ella todavía.

Aún no la descubrí. Y el tiempo corre
remolcando mi vida. No se espera
a que acuda hasta mí la que pretendo.

Y esa presura implica más conflictos.
Veo emplazar barreras y abrir fosos
en llanos que estimaba inalterables.

* * * * *

Y ha de ser cada día más difícil.
Ya no se acercará a mí desde el alba.
Su tierna adolescencia detendrían
letreros de «Prohibido», «No», «Ya es tarde».

¿De dónde llegará? Si en su figura
deslumbra el mediodía, otros amores
habrán puesto en su oído usados sueños.
Y con cierta aprensión ambos tendríamos
que perdonar minucias trascendentes.

Cubrir con alegría la tristeza
de no habernos hallado el uno al otro
en la estación de amar, cuando se es joven.
¿Y si nunca llegara yo a encontrarla?

* * * * *

Si pudiera volver a mi pasado...
Quizás en mi pasado ella sí estaba
y yo no supe verla. Está tal vez
en él aún esperando y yo lo ignoro.

No es posible volver. Nada es posible.
Es todo tan distinto a lo soñado.
He de seguir en mi hoy. Confuso. Solo.
Aislado. Limitado yo a mí mismo.

* * * * *

Salgo a la calle. Dudo hacia cuál lado
dirigirme. Da igual un sitio que otro.
Todas las direcciones se bifurcan
en incomodidad o aburrimiento.

De la alta oscuridad baja la lluvia
tropezando en las ráfagas del aire
y se agarra al cabello, manos, traje...

Es bueno caminar en la llovizna.
Es bueno andar despacio bajo el agua.
Sin rumbo uno asimismo, lluvia y viento,
como agua y soplo, nada, por la calle.

* * * * *

Los nudillos golpean los cristales
de un bar en una esquina. Hasta mí arriba
mi nombre que me busca entre la lluvia.

Es grato oír el nombre que uno lleva.

Es grato descubrir que uno aún importa.
Que importa a sus amigos que le llaman
cuando pasa uno andando por la calle.

* * * * *

Me acerco adonde están. El bar alberga
una concentración de espesas sombras
que se agitan con ruido y gesticulan
en el local oscuro. Como arañas

las lámparas descienden desde el techo
y acechan los grupitos de las mesas.
Y unos rostros sonríen saludándome.
¡Esas caras no son de mis amigos!

Son sus caricaturas despiadadas
hechas por enemigos implacables.
Y ellos estarán viendo al que me usurpa
sin mostrar estupor. Por si lo ignoro.

Es este nuevo cuerpo el que confunde
a la gente. Son estos nuevos cuerpos
ilícitos que a todos nos habitan
los que impiden la antigua convivencia.

* * * * *

Es falso el entusiasmo de las voces
y todos lo sabemos. Mas se charla
para evitar preguntas que en las sombras
aguardan con temor que se las llame.

Y se beben cervezas cual si fuera
a batirse algún record para el Guiness

Nadie pregunta nada. Se discurre
y alborota de cosas que no importan
para aclarar aquellas importantes
que duele mencionarlas por frustradas.

* * * * *

Según luce en la historia, algunos hombres
a mi edad, nuestra edad, ya disponían
del poder, de la gloria, del dinero...
Les llegó por la herencia o por la suerte.

Mas miramos a aquellos, unos pocos,
que escalaron las cimas más lejanas
a base de un esfuerzo sobrehumano.

El que nos propusimos emprender
y ninguno ha cumplido. Nuestros sueños
quedaban a jirones entre riscos
que nos era imposible superar.

O abandonaron demasiado pronto,
cuando se presentaba, rudamente
insalvable, cualquier dificultad.

* * * * *

Ya no me inquieren: -«¿Cómo van tus libros?
A ver si los envías a algún premio
de esos tan millonarios que hay a espuertas
y te haces rico y célebre un día».

Yo siempre contestaba con despego:
-«No confío en los premios. Lo que escribo
es muy original, muy diferente
a lo que están haciendo los demás».

Tal vez ahora ya saben que mandaba
en verdad mis trabajos a concursos,
sin que mi nombre nunca apareciese
ni siquiera en la previa selección.

* * * * *

Y pateé con tesón la senda ingrata,
sembrada de esperanzas y amarguras,
de las editoriales. Fortalezas
altivas. Dura piedra. Inexpugnables.

Nunca el Departamento Literario
requirió mi presencia a su oficina.
Y siempre el manuscrito repelido
regresaba apenado hacia mi casa.

Me faltaba el marchamo seductor
de un nombre consagrado. Me daba ánimos:
-«Les conturba mi modo de expresarme».
Me exculpaba: -«Me avanzo a los de mi época».

De súbito comprendo que el constante
gotear del trato unánime avisaba
que mis textos quedaban por debajo
del listón que marcaba cotas mínimas.

Me sobrevaloré demencialmente.
Confundí vocación por mi deseo.
Pugnaba para ser un elegido
y ni estaba en el grupo de llamados.

* * * * *

¿Cómo he tardado tanto en darme cuenta?
Los datos anunciaban claramente,
hasta con fluorescentes de colores,
que había un error grave en mis esquemas.

Me obcequé en proseguir, empecinado
y tenaz, por la senda equivocada
-los datos recalcábanlo insistentes-
para llegar así a ninguna parte.

* * * * *

Bebemos sin cesar. Copiosamente.
Semejantes, rodeados por las sombras,
sombras también nosotros ¿o lo somos?
de aquellos que a ser íbamos los que éramos.

Estamos a años luz de quienes fuimos.
De aquel grupo de jóvenes, cada uno
apretando en las manos sus proyectos.
¿Tan sólo frustración es el ser joven?

Y les digo: -«Parece ayer clamábamos:
"Haced sitio. Queremos ser iguales
sin distinción de edad. Triunfe el que valga.

Abrid paso, mediocres, a los genios".
Estáis aquí a mi lado. Estamos juntos
asidos a la soga del fracaso.

¿Por qué gritabais, pues, por qué gritabais?
¿Por qué gritaba yo? ¿por qué gritábamos?
¿Y por qué gritan ahora los más jóvenes
si jamás nos es dable alcanzar nada?»

Pero nadie contesta. Ni yo mismo
percibo el movimiento de mis labios.
Estoy hablando solo, interiormente
Deprimido, me voy sin despedirme.

* * * * *

El aire es fresco, frío, por la calle.
Me estremece un molesto escalofrío.
Si pudiera arrumbar en un portal
mi figura, tirada como inútil...

Regalarla a un anciano y yo adquirir
un cuerpo más acorde con mi mente.

Si vislumbrara el medio de evadirme...
Librarme de esta forma y ocultarme.
Soltarla y que vegete por las plazas
igual que esas que vagan como autómatas.

Mas de mí no se aparta. Tercamente,
ceñuda, va conmigo. No me deja.

Escucho sus pisadas que son mías
resonar duramente sobre el suelo,
donde la altiva nube de hace poco
se arrastra, ya vencida, humildemente.

* * * * *

Me detengo a fijarme en otros cuerpos.
Gordos, delgados, altos, grandes, bajos.
Cuerpos pequeños, ínfimos, enormes,
huesudos, desgarbados y contrahechos.

Vigilo cuando allegan a mi lado
por si entre ellos surgiera, de improviso,
el cuerpo que tenía, ansiosamente
buscándome, él también, entre el tumulto.

Pero no hay más que viejo en la calle.
Cabellos blancos, calvas... Las arrugas
aran la piel rojiza de las caras.
Caras sonrientes, tristes. Todas viejas.

Son montones de células extintas
pegadas a proyectos de cadáveres.
Las estudio con odio y repugnancia
como si fueran copias de mis rasgos.

* * * * *

Paso ante un Pub y maquinalmente entro.
El Black and tan se agita insomne, incómodo
tras la barra del bar. El altavoz
sibilino matiza su desgarro.

Debe ser noche de Ellington. Creole
love call se despereza suavemente.
Su sinuosa caricia se introduce
turbadora en la sangre y los sentidos.

Una mujer tropieza con mi hombro.
Me sonríe. Sonrío. Nos miramos.
Qué agradable es tener a una mujer
que nos mire a los ojos y sonría.

Es joven y es bonita. Pelirroja.
No hay mejor compañía para el hombre
que el cuerpo femenino de amplio escote.
Qué bien se está a su lado revisándolo.

Es mejor la bebida, hablar, la risa...
Todo sabe mejor si está presente
una mujer bonita. Más si es joven.
Incluso estar de pie. O ir en taxi.

* * * * *

Qué tierno es el abrazo, el roce
de su piel, tan suavísima, en la mía.

Qué agradable es tener una mujer.

Y qué grato el cansancio placentero
que adormece la sangre dulcemente.

* * * * *

Al despertar es como haber dormido
meses en este incómodo camastro.

Junto a mí se da vuelta una mujer.
Duerme profundamente. No sonríe.

Miro el reloj. Las cuatro menos cinco.
No es bonita. No es joven. ¿Cómo pude 
acostarme con ella si a mejores
yo rechacé otras veces? Me levanto.

Debía estar borracho. Aún otro día
perdido, malogrado. Como siempre.

En silencio me visto y al marcharme
ella sigue en letargo. Ronca un poco.

* * * * *

Es absurdo vivir. Y duele mucho.
Mi vida no era al mundo necesaria.
No soy más que un estorbo para algunos
y un estorbo también para mí mismo.

Y así somos los más. Unos objetos
molestos arrojados a la vida
que aparta alguna gente cuando avanza.
Todo ha salido mal. Todo mal sale.

* * * * *

El aire es fresco, frío, por la calle.
Aposté mi fortuna a un solo envite
creyendo, apresurado, que tenía
los naipes de escalera de color.

Y resultó un farol al enseñarlos.

Nunca podré tener acceso al podio.
No es válida la entrada que poseo.
Toda mi vida he estado en la estación
donde no pasa el tren que yo aguardaba.

* * * * *

Me había ya olvidado del intruso,
el que ahora va conmigo, el que yo soy.
Se refleja en un vidrio, mas no admira
las muestras que se exhiben en la tienda
pidiendo las libremos de su encierro.

Me espía a mí. Indagamos de hurtadillas
si hay alguien que repare nuestro examen.
La acera está vacía en todo el tramo.
Y reviso sus rasgos fríamente.
Con imparcialidad. Neutral. Ecuánime.

Intenta sonreír, mas su sonrisa
es un gesto forzado que desvela
arrugas en el rostro del yo espurio.
Me mira consternado. Con desánimo.
Vuelvo la espalda y cruzo la calzada.

* * * * *

Es injusto querer justificarse
uno ante sí arguyendo: -«No hubo suerte».
Esto es lo que se imparte a los demás.
La verdad la sabemos bien cada uno.

Uno no puede dar lo que no tiene.

Las cosas son así. Nadie es culpable
en la mezcla confusa, tiempo y vida,
que nos forma y deforma indiferente.

Soy de los más que estamos ahí, ahogándonos
en la propia corriente que nos nutre.

Como el sol detenido en la pared
que empuja su calor contra las piedras,
apretujados todos. Maldiciendo.

Maldiciendo a los otros. Maldiciéndonos.

Podemos, sí, decir que hemos vivido.
Como el que ha realizado una tarea
penosa, decir cada uno: -«He vivido».
Que es igual que afirmar: -«He fracasado».

* * * * *

Me paro ante una iglesia altiva, estática,
emboscada en la noche, como un monstruo
enorme dormitando a la intemperie.

Un día ella fue centro jubiloso
de una palabra mágica, increíble.

Una palabra sola, inmensa, grande.
Cabía el mundo entero en ella: Dios.
Era ella el mundo entero. Más aún.
Era, ella, sola, el mundo. Tan sólo ella.

Pero nuevas palabras la acosaron
golpeando su distante placidez.

Y roto el cascarón vertió su nada
viscosa: no conciencia tras la muerte.
No hay por qué lamentarse. En mí ya es hábito
perder. Tanto en lo abstracto como físico.

Me aparto resentido. Entre unas ramas
con precaución se asoma una farola.

* * * * *

Si pudiera volver a mi pasado...
A aquella adolescencia ingenua y tímida.
A la incógnita que representaba
para mis familiares, para mí,
mi porvenir repleto de promesas.

Yo sería importante y poderoso.
No sabía por qué, cómo ni cuándo.
Pero ello no importaba. Lo sería.
Estaba destinado a grandes cosas.

Los diarios dedicáranme amplias páginas.
Tendría que firmar miles de autógrafos.
Y fuera mi intelecto celebrado.

Me admirarían todos. Aun aquellos
que me mostraran sólo indiferencia.
Un día no sé cómo, por qué, cuando,
yo sería importante y poderoso.

Todo ha salido mal. Quizá no he hecho
bien las cosas. No di con la manera
apropiada, tal vez, para que salgan
bien las cosas. O porque emprendí cosas
que nunca me podrían salir bien.

* * * * *

Y estoy envejeciendo. Mas rechazo
esta figura mía en el camino
del penúltimo tramo de la vida.
Antes tengo que usar la juventud.

Estos años atrás, que dicen jóvenes,
tuve que dedicarlos a buscar 
amor, gloria, dinero... No podía
detenerme a vivir. Era lo urgente
atrapar el amor, gloria y dinero.

Debía sorprenderlos en atajos
que irían señalándome mis obras.
¡Estaba tan seguro! Ganaría
un lugar prominente en el Olimpo.
Y trabajé y sufrí. No tengo nada.

Necesito más tiempo de ser joven
pues trabajé y sufrí para poseer
amor, gloria y dinero siendo joven.
Y nada he conseguido. Ni ser joven.

* * * * *

Debía haber vivido diariamente.
Vivir no más allá de cada día.
Plenamente vivir todos los días
pensando en cada día que se vive.

No en el vivir de ayer, mañana... El día
solo de la existencia cotidiana.
El día que se vive diariamente.
Ese día que nunca yo he vivido.

* * * * *

Si oteo mi pasado sólo avisto
recuerdos agradables de películas
y libros. La ficción y personajes
asumidos por mí como algo propio.

Y sueños inventados que sembraba
para segar amor, gloria y dinero.

Cual si mi vida real hubiera sido
la vida no vivida por mi cuenta.
Cuando he debido hacerlo por mí mismo
todo ha salido mal. Y aún mal me sale.

* * * * *

¿Acaso soy mejor yo que los otros?
¿Son mi cuerpo y espíritu especiales?
¿Acaso soy yo un héroe excepcional
de esos de las películas y libros?

He de asentar los pies sobre la tierra.
Verme como el sinónimo ruinoso
de uno más del tropel de los humanos.
Alguien muy parecido a aquellos otros
que yo he menospreciado muchas veces.

¿Por qué, pues, no sumarme en el gran número?
¿Y por qué no me acepto en mi destino
si es vano rebelarse? No se puede.
No es posible escapar de lo que es uno.

* * * * *

Es triste, y tal vez grato, demostrarse
ínfimo, incomprendido, desdichado.
Deambular por la vida como gota
minúscula aferrada a una gran nube.

El ser ha regresado a sus fronteras
primeras, las recónditas, su esencia.
Casi aturdido germen reducido
a sí mismo, en sí mismo únicamente.

Solo consigo mismo. Aun excluyéndome
a mí que formo parte de ese yo último.
De ese yo incomprendido, desdichado,
capaz de renunciar hasta sí mismo.

* * * * *

¿Qué experimentaron los que han triunfado?
Los que el éxito ha aupado a los altares
de la televisión en horas punta.
Su existencia será maravillosa.

Se instalan en lujosas suites de hoteles
con los precios de vértigo, asediados
por mujeres bellísimas, fruyendo
bebidas y manjares exquisitos.
Admirados, mimados, envidiados
por una multitud que les aplaude.

Y es risible que enuncien que los célebres
de hoy son los olvidados de mañana.
Yo paso por la vida de olvidado
sin haber sido célebre un instante.

* * * * *

Nada ha salido igual a lo pensado.
Pero entonces ¿por qué se nos impuso
guardar en la razón la miel del sueño
si nos impiden luego degustarla?

Hubiera sido mucho más piadoso
el habernos dejado en la frontera
del no pensar, sentir, no soñar nada.
Quedar en el no ser, nunca haber sido.

Cuánto dolor se ha ahorrado y cuánto odio
ése, el que no ha nacido, aunque lo ignore.
Lo sabemos nosotros que vivimos,
que intuimos la nada. Y lo envidiamos.

* * * * *

Subo las escaleras de mi casa
despacio, descontento, taciturno.
Tan sólo un pensamiento me conforta:

Las casas están llenas de frustrados.
De seres, como yo, sin aptitudes
para ser singulares en enjambres
pese a aspirar brillara su luz propia.

Y poco a poco fueron acogiéndose
a un amor, profesión, final destino
que no era el que anhelaran. Y están solos.

* * * * *

Entro en mi habitación. Entramos ambos
mutuamente, eludiéndonos, sombríos.
Está cansado. Noto su cansancio.
Antes no me cansaba con mi cuerpo.

Le miro en el espejo. Está en silencio.
Abatido. Presume su derrota.
Pesaroso. Le escupo varias veces.
Tal vez me compadece y le doy lástima.

Acaso me comprende y me disculpa.
Quizás él también sufre al conocerse
indeseado en mí y juzga que es inútil
pretender que tolere su presencia.

Le aborrezco, es verdad. Y mi desprecio
se extiende por su rostro palidísimo
como áspera maleza por el monte.
Y golpeo el cristal que me lo muestra.

Hasta que le hago huir de mi mirada
sangrándole las manos. ¿O son mías,
por el dolor que corre entre los dedos
y vocifera alertas a mi mente?

Pero está ahí, en el suelo. En mil lugares
se distingue su faz atribulada
que me observa. Y transforma su expresión
en la actitud absorta que era mía.

* * * * *

Dejo correr la sangre de las manos.
Acostado en la cama la examino.
Las sábanas la sorben dulcemente
con la quieta avidez de su blancura.

Brota incesantemente. A borbotones.
Tibia y curiosa asoma a mis muñecas
y escapa presurosa de mis manos.

Son manos de vencido. Ellas debían
coger la gloria, amor, coger dinero.
Un día las creí capaces de ello.

Pero nada aprehendieron. No eran hábiles.
O el empeño excedió su exigua fuerza.
Pobres manos humildes y vacías.

Tiemblan un poco. Tiemblan asustadas.
Asustadas y débiles parecen
pedir excusas porque son mediocres.

Les sonrío a mis manos. Las levanto
y las uno. Las siento desvalidas.
Y atisbo como repta sigiloso
ese zumo tan rojo de la vida.

lunes, 25 de febrero de 2013

Marcel Schwob - Un esqueleto

Un esqueleto
por Marcel Schwob



Pernocté una vez en una casa encantada. No me atrevo demasiado a contar la historia porque estoy persuadido de que nadie la creerá. Sin duda alguna aquella casa estaba encantada, pero en ella nada sucedía como en otras casas encantadas. No se trataba de un castillo semiderruido encaramado sobre una colina boscosa, al borde de un precipicio lóbrego. No había sido abandonada desde hacía muchos siglos. Su último propietario no había fallecido de muerte misteriosa. Los campesinos no se santiguaban con pavor al pasar por delante de ella. Ninguna luz blanquecina aparecía en sus ventanas cuando la torre del pueblo daba las doce de la noche. Los árboles del parque no eran tejos y los niños asustadizos no iban a acechar a través de los setos formas blancas al anochecer. No llegué a una hospedería donde todas las habitaciones estaban ocupadas. El hospedero no se rascó prolongadamente la cabeza, con una vela en la mano, ni terminó por proponerme, algo dubitativo, preparar para mí una cama en la sala inferior del torreón. Ni añadió con rostro horrorizado que de todos los viajeros que habían dormido allí, ninguno había vuelto para contar su espeluznante fin. No me habló de los ruidos diabólicos que se escuchaban por la noche en la vieja casa solariega. No experimenté ningún sentimiento íntimo de valor que me impulsara a intentar la aventura. No tuve la ingeniosa idea de proveerme de un par de teas y de un arma de chispa; tampoco adopté la firme resolución de velar hasta medianoche leyendo un volumen suelto de Swedenborg, ni sentí a las doce menos tres minutos que un sueño profundo se abatía sobre mis párpados.

No, no sucedió nada de lo que sucede siempre en las terroríficas historias de casas encantadas. Llegué directamente desde el ferrocarril hasta el hotel de Les Trois Pigeons; tenía mucho apetito y devoré tres rodajas de carne asada y pollo frito con una excelente ensalada; me bebí una botella de vino de Burdeos. Luego cogí mi lámpara y subí a mi habitación. Mi vela no se apagó y encontré mi ponche sobre la chimenea sin que ningún fantasma hubiera humedecido en él sus labios espectrales.

Pero, cuando estaba a punto de acostarme e iba a coger mi vaso de ponche para ponerlo sobre la mesilla de noche, me quedé algo sorprendido al encontrar a Tom Bobbins junto a la chimenea. Me pareció muy delgado; había conservado su sombrero de copa y llevaba una levita muy aceptable; pero las perneras de su pantalón flotaban de una manera extremadamente desgarbada. No lo había visto desde hacía más de un año, por lo que fui a tenderle la mano diciéndole: «¿Cómo estás, Tom?», con verdadero interés. Él alargó su manga y me ofreció para que se lo apretara algo que, en un primer momento, me pareció un cascanueces; y cuando iba a expresarle mi malestar por aquella estúpida broma, volvió la cara hacia mí y vi que su sombrero estaba plantado sobre un cráneo pelado. Me quedé tanto más sorprendido de verle una cabeza de muerto cuanto que lo había reconocido positivamente por su forma de guiñar el ojo izquierdo. Me preguntaba qué terrible enfermedad había podido desfigurarlo hasta aquel extremo; no tenía ni un solo cabello; sus órbitas estaban excesivamente hundidas, y lo que le quedaba de nariz no merecía la pena ni mencionarlo. Realmente, sentí algo de incomodidad al preguntarle. Pero él se puso a charlar normalmente y me preguntó acerca de los últimos movimientos de la Bolsa. Tras lo cual me expresó su sorpresa por no haber recibido mi tarjeta como respuesta a la carta comunicando su muerte. Le dije que no había recibido ninguna carta pero él me aseguró que había incluido mi nombre en la lista que había sido enviada urgentemente al servicio de Pompas Fúnebres.

Entonces me percaté de que estaba hablando con el esqueleto de Tom Bobbins. No me precipité a sus rodillas, ni exclamé: «¡Atrás, fantasma, seas quien seas, alma perturbada en tu descanso, que expías sin duda algún crimen cometido en vida, no vengas a visitarme!». No, pero examiné a mi pobre amigo Bobbins más de cerca y comprobé que estaba muy desmejorado; tenía sobre todo una expresión de melancolía que me llegó al corazón; y su voz se parecía, hasta el punto de equivocarme, al silbido triste de una pipa cascada. Pensé que lo reconfortaría ofreciéndole un cigarro; pero él lo rechazó argumentando el mal estado de sus dientes que sufrían mucho por la humedad de su fosa. Naturalmente, le pregunté solícito acerca de su ataúd; me contestó que era de buena madera de abeto pero que entraba por las rendijas un airecillo colado que le estaba produciendo reumatismo en el cuello. Le aconsejé que usara franela y le prometí que mi mujer le enviaría un jersey tejido por ella misma.

Un minuto después, el esqueleto y yo habíamos colocado los pies sobre el antepecho de la chimenea y charlábamos lo más confortablemente posible. Lo único que me ofuscaba era que Tom Bobbins seguía guiñando el ojo izquierdo pese a que no tuviera ya ningún tipo de ojo. Me tranquilicé pensando que otro amigo mío, Colliwobles, el banquero, acostumbraba a dar su palabra de honor aunque no tuviera más de ello que Bobbins de ojo izquierdo. Tras unos cuantos minutos, Tom Bobbins inició una especie de soliloquio mientras miraba el fuego. Dijo:

-No conozco raza más despreciada que nosotros los pobres esqueletos. Los fabricantes de ataúdes nos alojan abominablemente mal. Nos visten justo con lo más ligero que tenemos, un traje de boda o de fiesta; yo me vi obligado a ir a pedirle prestado este traje que llevo a mi ujier. Y además hay un montón de poetas y de otros bromistas que hablan de nuestro poder sobrenatural y de nuestra fantástica forma de planear por los aires y de los aquelarres a los que nos entregamos las noches de tormenta. Me dan ganas de agarrar mi fémur y de golpear con él la cabeza de alguno de ellos para darles una idea de su aquelarre. Sin contar con que nos hacen arrastrar cadenas que producen un ruido infernal. Me gustaría mucho saber cómo el guardián del cementerio nos dejaría salir con semejantes pertrechos. Entonces, vienen a buscarnos a los viejos cuchitriles, a las guaridas para búhos, a los agujeros tapados por ortigas y jaramagos y van a contar por todas partes las historias de fantasmas que asustan al pobre mundo y lanzan gritos de condenados. Yo no veo realmente qué es lo que tenemos de terrorífico. Sólo estamos muy desguarnecidos y ya no podemos dar órdenes en la Bolsa. Si nos vistieran convenientemente aún podríamos presentarnos en sociedad. Yo he visto a hombres más calvos que yo hacer bonitas conquistas. Mientras que con nuestros alojamientos y nuestros sastres nosotros no podemos triunfar fácilmente.

Y Tom Bobbins miró una de sus tibias con expresión de desánimo. Entonces me puse a llorar por la suerte de aquellos pobres y viejos esqueletos. Me imaginé todos los sufrimientos cuando criaban moho en cajas clavadas y cuando sus piernas languidecían tras un scottish o cualquier otro baile. Y le regalé un par de viejos guantes forrados y un chaleco de flores que me estaba demasiado estrecho.

Me dio las gracias fríamente y observé que se iba haciendo más vicioso a medida que se calentaba. En un momento reconocí por completo a Tom Bobbins. Y rompimos a reír con la risa de esqueleto más bonita del mundo. Los huesos de Bobbins resonaban como cascabeles de una manera sumamente divertida. En medio de aquella hilaridad observé que él volvía a ser humano y empecé a tener miedo. Tom Bobbins no tenía rival para colocarte un paquete de acciones de una explotación de Minas de Guano Coloreado de Rostocostolados cuando vivía. Y media docena de acciones de este tipo bastaban para devorar sin dificultad tus rentas. También tenía una forma particular de hacerte participar en una honorable partida de cientos y de desplumarte en el rubicón. Te libraba de tus luises al póquer con una gracia fácil y elegante. Si no te sentías contento, te tiraba gustoso de la nariz y procedía a continuación a tu recorte progresivo por medio de su bowie-knife.

Observé pues aquel fenómeno extraño y contrario a todas las pálidas historias de fantasmas, con miedo de ver que Tom Bobbins, el esqueleto, volvía a la vida. Porque recordaba haber sido su víctima en un par de ocasiones y porque mi amigo Tom Bobbins era singularmente hábil con el cuchillo. En una ocasión, en un momento de distracción me sacó una tira de carne del reverso del muslo derecho. Y cuando vi que Tom Bobbins era Tom Bobbins y había dejado de tener aspecto de esqueleto, mi pulso se aceleró tanto que fue un único latido; un repeluzno general se adueñó de mí y no tuve valor para pronunciar ni una sola palabra más.

Tom Bobbins plantó su bowie-knife sobre la mesa, según acostumbraba, y me propuso una partida de ecarté. Accedí humildemente a sus deseos. Se puso a jugar con la suerte del ahorcado, aunque no creo que Tom hubiera pataleado en la horca porque era demasiado listo para eso. Y, al contrario de lo que sucede en los horripilantes relatos de espectros, el oro que le gané a Tom Bobbins no se convirtió en hojas de encina ni en carbones apagados por la sencilla razón de que no le gané absolutamente nada, en cambio él sí me arrebató todo lo que llevaba en la cartera. Después empezó a blasfemar como un condenado; me contó historias horrorosas y corrompió todo cuanto me quedaba de inocencia. Alargó la mano, cogió mi ponche y se bebió hasta la última gota; yo no me atreví a hacer el menor gesto para impedírselo. Porque sabía que de hacerlo, un instante después habría tenido su cuchillo clavado en el vientre; y yo no podía hacer otro tanto porque, justamente, él no tenía vientre. Luego me preguntó por mi mujer con expresión terriblemente libidinosa y, por un momento, me dieron ganas de hundirle lo poco que le quedaba de nariz. Refrené este deplorable instinto, pero decidí interiormente que mi mujer no le enviaría ningún jersey. Luego cogió mi correspondencia de los bolsillos de mi gabán y se puso a leer las cartas de mis amigos haciendo varias observaciones irónicas y descorteses. En realidad, Tom Bobbins esqueleto era medianamente soportable; pero, ¡bondad divina!, Bobbins en carne y hueso era absolutamente terrorífico.

Cuando hubo concluido su lectura, le hice observar delicadamente que eran las cuatro de la madrugada y le pregunté si no temía llegar demasiado tarde. Me respondió de manera absolutamente humana que si el guardián del cementerio se atrevía a decirle lo más mínimo, «le daría una buena tunda». Luego miró mi reloj de forma lúbrica, guiñó el ojo izquierdo, me lo pidió y lo introdujo tranquilamente en su bolsillo. Inmediatamente después dijo que tenía algo que hacer en la ciudad y se despidió. Pero antes de marcharse se metió un par de candeleros en los bolsillos, desenroscó fríamente el puño de mi bastón y me preguntó -sin sombra de remordimiento- si no podría prestarle un luis o dos. Le respondí que, desafortunadamente, ya no llevaba nada encima pero que sería un placer enviárselos. Me dio su dirección, pero era tal galimatías de rejas, tumbas, cruces y sepulturas que la he olvidado por completo. Luego lo intentó con el reloj de pared pero era demasiado pesado para él. Cuando me manifestó su deseo de irse por la chimenea, me sentí tan feliz de verlo regresar a las auténticas formas de esqueleto que no hice gesto alguno para retenerlo. Lo oí mover las piernas y trepar por el conducto de la chimenea con feliz tranquilidad; sólo que luego incluyeron en mi factura la cantidad de sebo que Tom Bobbins había consumido durante su visita.

Detesto relacionarme con esqueletos. Tienen algo de humano que me repugna profundamente. La próxima vez que venga Tom Robbins, me habré bebido ya el ponche; no llevaré encima ni un centavo; apagaré la vela y la chimenea. Tal vez así vuelva a las verdaderas costumbres de los fantasmas, sacudiendo sus cadenas y soltando imprecaciones satánicas. Entonces ya veremos.

domingo, 24 de febrero de 2013

Alfred Jarry - El cerebro del agente de policía

El cerebro del agente de policía
por Alfred Jarry



Sin duda se recordará este reciente y lamentable asunto: al ser practicada la autopsia, se halló la caja craneana de un agente de policía vacía de todo rastro de cerebro y rellena, en cambio, de diarios viejos. La opinión pública se conmovió y asombró por lo que fue calificado de macabra mistificación. Estamos también dolorosamente conmovidos, pero de ninguna manera asombrados.

No vemos por qué se esperaba descubrir otra cosa que la que se ha descubierto efectivamente en el cráneo del agente de policía. La difusión de las noticias impresas es una de las glorias de este siglo de progreso; en todo caso, no queda duda de que esta mercadería es menos rara que la sustancia cerebral. ¿A quién de nosotros no le ha ocurrido infinitamente más a menudo tener en las manos un diario, viejo o del día, antes que una parcela, aunque fuera pequeña, de cerebro de agente de policía? Con mayor razón, sería ocioso exigir de esas oscuras y mal remuneradas víctimas del deber que, ante el primer requerimiento, puedan presentar un cerebro entero. Y, por otra parte, el hecho está allí: eran diarios. 

El resultado de esta autopsia no dejará de provocar un saludable terror en el ánimo de los malhechores. De aquí en más, ¿cuál será el atracador o el bandido que vaya a arriesgarse a hacerse saltar la tapa de su propio cerebro por un adversario que, por su parte, se expone a un daño tan anodino como el que puede producir una aguja de ropavejero en un tacho de basuras? Quizás, a algunos demasiado escrupulosos pueda parecerles en cierta manera desleal recurrir a semejantes subterfugios para defender a la sociedad. Pero deberán reflexionar que tan noble función no conoce subterfugios. 

Sería un deplorable abuso acusar a la Prefectura de Policía. No negamos a esta administración el derecho de muñir de papel a sus agentes. Sabemos que nuestros padres marcharon contra el enemigo calzados con borceguíes también de papel y no ha de ser eso lo que nos impida clamar indomable y eternamente, si es necesario, por la Revancha. Pretendemos solamente examinar cuáles eran los diarios de que estaba confeccionado el cerebro del agente de policía.

Aquí se entristecen el moralista y hombre culto. ¡Ah!, eran La Gaudriole, el último número de Fin de Siécle y una cantidad de publicaciones algo más que frívolas algunas de ellas traídas dé Bélgica de contrabando.

He ahí algo que aclara ciertos actos de la policía, hasta hoy inexplicables, especialmente los que causaron la muerte de héroe de este asunto. Nuestro hombre quiso, si recordamos bien, detener por exceso de velocidad al conductor de un coche que se hallaba estacionado, y el cochero, queriendo corregir su infracción, sólo atinó, lógicamente, a hacer retroceder su coche. De allí la peligrosa caída del agente, que se hallaba detrás. No obstante, recobró sus fuerzas, luego de unos días de reposo, pero, al ser intimado a recobrar al mismo tiempo su puesto de servicio, murió repentinamente.

La responsabilidad de tales hechos atañe indudablemente a la incuria de la administración policial, que en adelante controle mejor la composición de los lóbulos cerebrales de sus agentes, que la verifique, si es menester, por trepanación, previa a todo nombramiento definitivo; que la pericia médico-legal sólo encuentre en sus cráneos... No digamos una colección de La Revue Blanche y de Le Cri de Paris, lo cual sería prematuro en una primera reforma; tampoco nuestras obras completas: a ello se opone nuestra natural modestia, tanto más que esos agentes, encargados de velar por el reposo de los ciudadanos, constituirían más bien un peligro público con la cabeza así rellenada.

He aquí algunas de las obras recomendables en nuestra opinión para el uso: 1) El Código Penal, 2) Un plano de las calles de París, con la nomenclatura de los distritos, el cual coronaría el conjunto y representaría agradablemente, con su división geográfica, un simulacro de circunvoluciones cerebrales: se lo consultaría sin peligro para su portador por medio de una lupa, fijada luego de la trepanación; 3) un reducido número de tomos del gran diccionario de Policía, si nos arriesgamos a prejuzgar por su nombre: La Rousse y sobre todo, una rigurosa selección de opúsculos de los miembros más notorios de la Liga contra el abuso de tabaco.

jueves, 21 de febrero de 2013

Jim Morrison - Una plegaria americana

Una plegaria americana
por Jim Morrison



¿Has sentido el calor del progreso
bajo las estrellas?

¿Sabes que existimos?

Has olvidado las llaves
del reino

¿Has nacido
y estás vivo?

***              

Reinventemos a los dioses, a los mitos seculares

Adoremos los símbolos de los profundos bosques ancestrales

(Has olvidado la lección de la antigua guerra)

***

Necesitamos doradas, inmensas copulaciones

***

Los padres cacarean en los árboles del bosque
Nuestra madre murió en el mar
              
***

¿Sabes que son plácidos almirantes
quienes nos conducen al exterminio
y que obesos y torpes generales adquieren
el obsceno vicio de la sangre joven?

***

¿Sabes que nos gobierna la t.v.
La luna es una bestia de sangre reseca
Bandas de guerrilleros lían porros
en el vecino patio de viña verde
y se aprovisionan para la guerra 
en las inocentes espaldas
de boyeros agonizantes?

***              

Oh gran creador del ser
concédenos una hora más para
redondear nuestro arte
y perfeccionar nuestras vidas
              
***

Las polillas y los ateos son dos veces divinos y moribundos
Vivimos, morimos
y la muerte a nada pone fin
Seguimos viaje hacia la Pesadilla
              
***

Cuélgate de la vida
Flor nuestra de pasión
Cuélgate de las conchas y de las vergas
de la desesperanza
Nuestra última visión nos la dio
la gonorrea
La entrepierna de Colón se hinchó
de muerte verde
              
***

(Le toqué la pierna
y la muerte sonrió)
              
***

Nos hemos reunido en este loco
y antiguo teatro
Para pregonar nuestra pasión de vivir
y huir de la multitudinaria sabiduría
de las calles

***

Han echado abajo las puertas
Protegen las ventanas
y queda uno
Para bailar y salvarnos
Con la divina burla
de las palabras
La música enciende el ánimo

***

(Cuando a los asesinos del único Rey verdadero
deambular libres se les permite
mil Brujos aparecen en el país)

***

Dónde están los festines
que nos prometieron
Dónde el vino
el Vino Joven
(muriendo está en la viña)

***

burla constante
concédenos una hora para la magia
Nosotros los del guante de púrpura
Nosotros los del vuelo de estornino
y hora de terciopelo
Nosotros los de la raza del placer árabe
Nosotros los de la bóveda del sol y de la noche

***              

y por vuestra sedosa
acolchada casa
una cabeza, sensatez
y una cama

***

Turbulento decreto
La burla constante
te reclama

***

Teníamos la costumbre de creer
en los buenos tiempos
Seguimos disfrutándolos
En cuentagotas

***

Las Cosas de la Bondad
y un cejo desfruncido
Olvidan y toleran

***              

¿Sabías que la libertad existe
en un libro escolar?
¿Sabías que los locos
gobiernan nuestra cárcel
en una celda, en una checa
en un remolino blanco,
libre y protestante?

***

Estamos colgados cabeza abajo
al borde del aburrimiento
Buscamos la muerte
en el cabo de una vela
Buscamos algo
que nos ha encontrado
              
***

Podemos inventar nuestros propios reinos
imponentes tronos de oro, esos sitiales de lujuria,
y estamos obligados a amar, en herrumbrosas camas
              
***

Ser un collage de polvo de magazine
rascado en las frentes de los muros de seguridad
Esta es la cárcel perfecta para quienes deben
levantarse temprano y luchar por esos
valores inservibles
mientras muchachas llorosas
exhiben sus miserias y hacen pucheros
delirantes palabras para
un personal que está de atar.

***              

Oh, estoy harto de dudas
Vivo en la luz de la certeza
Sur

***

Crueles vínculos
Los sirvientes tienen el poder
hombres-perros y sus mezquinas mujeres
cubren con míseras sábanas
a nuestros marineros
(¿dónde estabas a la hora de apoyarnos?)

***

¿Ordeñar un bigote?
¿o moler una flor?
Estoy harto de caras agrias
Que me observan desde lo alto
de su Torre de T.V. Quiero rosas en
el cenador de mi jardín. ¿Entendido?

***

Nos esperan para llevarnos
al jardín dividido
¿Conoces la palidez y el impúdico temblor
de la muerte que llega a insólitas horas
sin avisar, sin cita previa
como una horrible invitada empalagosa
con la que te has encamado?

***
              
Con nosotros fabrica ángeles la muerte
y nos pone alas
donde teníamos brazos
suaves como garras
de cuervo

***
              
Basta de dinero, basta de disfraces
Este otro Reino parece con mucho el mejor
hasta que su otra mandíbula revela el incesto
y la relajada obediencia a una ley vegetal

***

No iré
Prefiero un Festín de Amigos
a la familia Gigante